Relato corto que en algún momento pretende ser uno mas largo aunque no se si llegare a hacerlo, pero la intención también cuenta ¿no? jeje
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Se movía con cuidado por entre las ramas de los árboles, tratando de no hacer ruido y no caerse, se desplazaba hasta la posición que había localizado cuando llegó y tenía la mejor vista del campamento. Se había pasado la noche en vela esperando el momento justo y parecía que este había llegado. Hacía apenas una hora que había amanecido y en el campamento había empezado el movimiento. Era una avanzadilla de espionaje de cinco Nulkdar, aun que también se habían dedicado a saquear las granjas que se topaban a su paso y a matar a los humanos que allí vivían, lo cual aun que era una desgracia había hecho que Orana pudiera seguirles la pista y que además aumentaran el precio de la recompensa por matarlos o capturarlos.
Por fin se situó en la rama del roble, tenía una anchura tan grande como cuatro veces ella como mínimo, eso aunque otorgaba mayor seguridad frente a una caída era un riesgo para la persona pues en ese bosque los árboles tenían consciencia y esta trataba por todos los medio de contactar y unirse con las que lo rodean. De ahí le venía el nombre al bosque de Ablora, conexión en el idioma de los sabios.
Relajándose y apuntando saco su arco y se dispuso a disparar. Esperaba poder matar al menos a dos de ellos con las flechas antes de pasar al cuerpo a cuerpo. Con cuidado de no hacer ruido apoyo una rodilla en la rama para tener mayor estabilidad y apunto al nulkdar más cercano. Con la precisión que otorga la experiencia atravesó al ser por la garganta sin darle tiempo a dar la alarma ni a emitir ni un sonido. Rápidamente puso otra flecha en el arco y disparo a otra de esas criaturas que se acababa de incorporar al oír el golpe del muerto al caer al suelo, cayó fulminado con una flecha atravesándole en corazón, por desgracia no antes de prevenir al resto de la manada con el grito agudo característico de su raza. Orana permaneció quieta, puede que supieran de su presencia mas no sabían dónde se encontraba. Sin perder la calma dejo el arco y el carcaj en el árbol y de un salto paso al contiguo y se oculto tras él.
No era la primera vez que luchaban contra ellos. La primera vez fue hacia ya un año cuando en una emboscada como esta pero en mitad de la noche empezó el ataque. Fue entonces cuando descubrió la razón de que estas criaturas no hicieran guardia por la noche, no les hacía falta. Los nulkdar emitían todas las noches un olor tan fuerte y penetrante que paralizaba y desmayaba a todo ser que se acercase demasiado en segundos, por suerte y gracias al mal oído de estos seres consiguió sobrevivir. Desde entonces siempre que luchaban era de día y aun que el olor permanecía en el lugar por varias horas en el momento que dejaban de emitirlo se hacía medianamente soportable. No obstante llevaba la boca y la nariz tapadas por un pañuelo grueso y trataría de alejarlos de su campamento para la lucha.
Rápidamente bajo por una cuerda que había dejado preparada por la noche y al llegar al suelo saco las dos espadas gemelas que llevaba prendidas a la espalda. Ahora ya sin importarle el ruido que hiciera corrió hacia su izquierda alejándose del árbol desde el que disparó y bordeó el campamento. Podía oír con claridad como los tres que quedaban estaban recogiendo sus armas y preparándose para enfrentarla, de seguro ya sabían quién era y eso, esperaba, los habría puesto más furioso.
El sonido de sus voces se clavaba en la cabeza como mil demonios, aquellos depredadores compensaban la carencia de la vista y el tacto de una manera aterradora. El ruido que emitían lo usaban para comunicarse pero, como todo su ser, estaba también dispuesto en contra de sus enemigos, en este caso para la defensa. Con el sonido, al igual que los murciélagos veían todo lo que ocurría a su alrededor en un radio de más de veinte metro y en trescientos sesenta grados, nada escapa a “su vista”
Orana llegó a un extremo del campamento velozmente pero ya estaban esperándola. Con sus seis extremidades en el suelo y los cuernos colocados en los hombros apuntándola. Se fijó en ellos atentamente, los cuernos no era otra cosa que unos huesos que creaban las hembras de su raza y que expulsaban dando a luz a sus retoños, solo eran la membrana que los recubría pero era mucho más duro que cualquier hueso humano y de al menos dos metros cada uno. Los nulkdar los moldeaban para crear sus mortales armas y así no tener necesidad de usar sus brazos, aumentando de ese modo su velocidad.
Tendría que actuar primero, echo a correr en dirección contraria. Como había previsto la madre salió en estampida contra ella y rápidamente sus dos machos se pusieron cada uno a su lado, iban directos a la trampa, pero no estaban bien posicionados. Con agilidad la humana salvo la trampa sin mucho esfuerzo pero casi al límite de que la alcanzaran, un estruendo sonó tras ella y sin llegar a volverse supo que uno de ellos había caído y que el otro se hallaba preso. Por desgracia la más peligrosa seguía en pie y mas enfurecida si era posible.
Se encontraba encima de una roca a considerable altura pero la madre no tardaría en darla alcance, balanceó las espadas preparándose para el embiste y observó como ascendía. Vio con asombro como sus cuernos se movían girando sobre sí mismos, pensaba lanzárselos, no se esperaba aquello. En teoría solo tendría que esquivarlos y podrían luchar cara a cara, salvo que la teoría no solía funcionar en el campo de batalla, algo se proponía. Sabía que las hembras Nulkdar solo podían tener dos hijos, y que los tenían de uno en uno, se había extrañado al ver a una hembra con dos cuernos pero no se había parado a reflexionarlo, sin embargo en los segundos que tenia le asalto la duda y las implicaciones de ella, bajo la guardia.
Su enemiga no necesito mas, a la velocidad del rayo lanzó a sus hijos contra la humana, y fallo en ambos casos. La pelirroja ni siquiera había podido moverse cuando notó como los proyectiles pasaban por sus lados y al segundo vio a la madre caer de la roca carente de vida. Sin entender lo ocurrido y con las espadas en alto se asomó para mirar el suelo donde yacía sin moverse el nulkdar. Se giró con rapidez a su espalda para contemplar los huevos que eclosionaban en ese momento. No tenía sentido, las crías nacieron blancas, el color opuesto al de sus padres. Se acercó a ellas con precaución y levantó las espadas.
No llegó a bajarlas, al menos no del modo que tenía previsto. Sin casi darse cuenta había guardado las espadas a su espalda y se había quitado el pañuelo que cubría su boca. No es que no fuera consciente de lo que hacía, es que no tenía más remedio que hacerlo, sabía que era el momento de devolver su deuda.
Hacia al menos dieciséis años su pueblo fue arrasado, nadie quedo vivo excepto ella, debería haber muerto, solo contaba con dos años y ninguna protección. Que se salvara no fue cuestión de suerte, su padre antes de morir la entregó a sus enemigos para que la criaran y que así pudiera sobrevivir. No fue la primera persona al que la hicieron eso ni fue la última. De algún modo una creencia había ido poblando las tierras de Eclorun, la idea era básica y simple, si se deseaba terminar con las guerras y las matanzas los hijos de una raza debían criarse por los padres de otra especie. A estos niños se les llamo Losdes, hijos de la unión, y fueron apareciendo cada vez más durante un periodo de treinta años, pero hacia al menos diez que no se conocía ningún otro caso. Nadie sabe cómo surgió la creencia, pero si se sabe como acabó, esos hijos de la unión no cumplieron lo que se esperaba de ellos, y tal y como era su caso luchaban y mataban a otras razas sin importar cuál fuera, no hacían distinción ni a la que en teoría pertenecían. Eran en su mayoría mercenarios, solitarios, guerreros y asesinos. Lo que esa fe había creado eran una serie de seres que efectivamente no tenían prejuicios contra otras razas, pero tampoco sentían amor ni lealtad por ninguna.
Nadie, ningún ser, podía rechazar a una cría cuando le era entregada en batalla, y tenía el deber de criarla, pero en ningún sitio y en ningún momento se había dicho que hubiera que estar conformes con ello. Los Losdes se habían criado por los cinco territorios de Eclorun y por las seis razas que allí habitaban, todos habían obtenido los mismos resultados, pésimos. Así pues la creencia que había surgido de la nada se evaporo aplastada por la realidad y las luchas que no habían cesado no sufrieron ningún altercado.
Sin embargo nunca antes habían sido entregadas las crías a un Losde y Orana lo sabía. También sabía que no podía matarlos, que tendría que criarlos, pero ella no podía hacer tal cosa. Las crías debían criarse por un pueblo no por una persona, esa era la norma. La elección pues era suya, y ella había envainado las espadas antes de darse cuenta de lo que eso suponía.
Miró a los nulkdar viéndose a sí misma hacia dieciséis años, tendría que cuidarlos, serian los primeros seres criados por otro que no era de su especie y que se había criado por otra raza diferente. Tres culturas reunidas en dos pequeños seres. Quizás no serviría para terminar con las guerras o quizás sí pero las diferentes culturas poco a poco iban reuniéndose y seguirían haciéndolo durante años hasta convertirse en una sola. Eso no cambiaría nada, pero lo cambiaría todo.