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Resurrección
Había vuelto a moverse, era la tercera vez en una semana y
no había explicación alguna. Observe durante unos minutos por si hacia algún otro
movimiento, pero nada. Solo ocurría cuando miraba de reojo, o al espejo, o, al
parecer, cuando su sombra estaba justo enfrente de mí. Absurdo. Por tercera vez
creí habérmelo imaginado, e intentando no pensar en ello cogí mi mochila y me
dispuse a salir.
En el autobús fui como un autista mas en el mundo que se
rige por el tiempo, y durante todo el trayecto no aparté la mirada de un
tatuaje en forma de lagarto. Solo después me di cuenta de la ironía. Por suerte
durante dos horas mi querido profesor de filosofía no me permitió pensar y después
no me quedo más remedio que trasladarme al siglo XVIII.
De vuelta al presente me escabullí y salté la valla, como
esperaba allí estaba ella. No sé como conseguía siempre llegar antes, era
frustrante. Le conté mi pequeña historia que no dudo ni un segundo en creer y
solo tardo uno más en tener un plan. Era evidente, si iba a ver una cuarta resurrección
era necesaria una grabación. Cuadraba con el modus operandi de no descubrirlo
directamente. Como si de una profecía se tratase esperamos durante tres horas a
que mi iguana volviera a hacer algún movimiento. Fue en vano. Llegamos a la
clara conclusión de que no la gustaba el espectáculo y que prefería la discreción.
Aun no sé si de verdad me creía cuando contaba esas
historias o solo me seguía la corriente. Pero esas fueron las primeras mejores
horas que he pasado en mi vida. Contemplándola ahora y viendo como desenvuelve
mi iguana disecada solo espero ver su cara y poder fotografiar en mi mente cada
detalle de su expresión.
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